lunes, 8 de noviembre de 2010

(cap.1)

Odio los domingos por la tarde, mejor dicho, por la tarde noche, son un mal momento para tomar decisiones y eso después se nota en las consecuencias.

Sólo se me podía ocurrir a mí mudarme a una ciudad nueva y desconocida en invierno, sobretodo porque con seguridad, no encontraría otra cosa que calles desiertas cubiertas por un manto gris de esos que ahogan las almas. Me daba igual, ¿desde cuándo yo hacía caso a los consejos ?.

Llegué sobre las cinco de la tarde, soplaba un viento helado y pronto las nubes cubrirían el poco sol que resistía a marcharse.

De camino a casa, me dí cuenta de que ya me había fumado los últimos cigarrillos del último paquete que prometí comprar, todos los paquetes eran el último, un vicio difícil de controlar, así que, el primer bar que encontrara sería perfecto para comprar una nueva última cajetilla.

Al final de la calle y con un rótulo de luces intermitentes de colores, realmente horrible, había un pub.
Al acercarme a la puerta y a través de los cristales mi sorpresa fue ver lo sorprendentemente concurrido del lugar y no precisamente por juventud.
Tras la barra, un hombre de aspecto cansado y envejecido me hizo un gesto con el brazo como empujándome a entrar, parecía que intuyera la intención dubitativa de mi mente e insistió varias veces con el brazo.
Entré y tomé asiento en uno de los taburetes. El anciano, pausadamente, se acercó a mí, inclinó un poco la cabeza y con voz casi susurrante me dijo:

- llegas pronto, te estábamos esperando.

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