
Penado por su desconsuelo, despojé el cielo de la luz de sus estrellas y se la regalé a la oscuridad.
Nada consolaba su melancolía y mi codicia se tornó carente de sentido. Afligido, liberé mi tesoro destronado y humildemente pedí perdón.
Agradecida la noche, besó mi frente y, extendiendo su velo negro se marchó a abrazar a la Luna.
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